En Mesopotamia a finales del cuarto milenio a.C., las esculturas religiosas se realizaban en piedra y se caracterizaban por tener una actitud orante con las manos unidas sobre el pecho, una rigidez y falta de movimiento, cabezas redondeadas y rapadas desproporcionadas con el resto del cuerpo, y seguir la ley de la frontalidad.